Birmania, el país de la eterna sonrisa y las sorpresas permanentes

La actual Myanmar se acaba de abrir al turismo y lo hace con fuerza

Hace apenas diez años Birmania, o Myanmar, como ahora se llama, era un país casi desconocido, ajeno al turismo y con numerosos conflictos internos. Pero desde 2010, y sobre todo en 2015, las cosas comenzaron a cambiar. Myanmar o Birmania, ambos nombres son hoy aceptados, si bien en 1989 la junta militar que gobernaba el país decidió cambiar Burma (el nombre en inglés) y todos los topónimos como Rangún, Pagan, Bassein o Arakan porque los nuevos nombres eran más inclusivos (esa palabreja tan de moda ahora que justifica el uso de todos y todas, miembros y miembras...). Pero el argumento es dudoso ya que tanto Burma como Myanmar tienen la misma raíz etimológica en lengua birmana, una es el nombre como suena y la otra como se escribe. En todo caso, a nadie se le ocurre llamar a sus habitantes myarmanos y siguen siendo los birmanos de toda la vida.

Y son esos habitantes, mujeres y hombres, niños y ancianos lo que hace peculiar este país, se llame como se llame. Más allá de las preciosas y misteriosas pagodas de Bagan, la inmensidad colorida del lago Inle, la majestuosidad imperial de Mandalay, la inmensidad de las grandes montañas del norte o el atractivo caos de Yangon son sus gentes, con su eterna sonrisa, su calma, su inocencia y bondad las que convierten a Birmania en algo muy singular.

Mientras los hombres, vestidos con la tradicional falda birmana llamada lungui, las mujeres con el rostro en buena parte cubierto con la casi milagrosa thanakha y siempre con paraguas, tanto por el sol como por la lluvia monzónica, y los niños tratando de vender un pañuelo, un bolso o una cajita de laca (pero nunca pidiendo) rodean al viajero y posan encantados para sus fotos, se comprueba que éste es un pueblo feliz y que el mejor de sus tesoros está dentro de ellos mismos. ¡Mingalaba! Es el saludo habitual para empezar a llevarse bien.

Pero, en efecto, Myanmar tiene mucho que ofrecer. Esta es una selección de diez de sus mejores encantos:

En la ciudad colonial que habitó Pablo Neruda

Una de las sorpresas que guarda Rangún –hoy Yangón–, antigua capital de Birmania –hoy Myanmar–, es la casa y el barrio en los que habitó el chileno Pablo Neruda en los años 20 durante su etapa como cónsul y con apenas 23 años. Aquí esbozó su «Residencia en la Tierra» obra de poemas en la que despliega un romanticismo genuino, nocturno, solitario, desafiante y apasionado. Algunos de ellos fueron inspirados por su amante birmana Josie Bliss. No es el único escritor famoso relacionado con Myanmar. En muchos lugares te ofrecen en cualquier idioma, incluido el español, “Los días de Birmania”, de George Orwell, y constantemente se hacen referencias a “Camino de Mandalay” de Rudyard Kipling. Pero queda poco de esa ciudad colonial, apenas unas casas coloristas llenas de cables y balcones con ropa tendida. Hoy el centro vital, saturado de coches, aunque no tantos como en otras ciudades asiáticas y, curiosamente, sin motos ni bicicletas, está en el Jardín Mahabandoola donde están los principales edificios patrimoniales, como el Ayuntamiento, el Tribunal Supremo y el monumento a la Independencia. A su sombra y a la de los chinthes que lo rodean (deidades mitad león, mitad dragón) se reúnen algunas familias. Casi todas las mujeres, y también muchos niños y hombres tienen buena parte de la cara cubierta con thanakha, una pasta procedente de un árbol parecido al sándalo y cuyo uso no está claro; según a quien preguntes, explican que es protector solar, antimosquitos, cosmético, antiacné, y anti arrugas... es muy barata y lo venden por todas partes. Aunque el contacto con las cordiales y sonrientes gentes de Birmania es constante, una buena experiencia es hacer un breve recorrido en la Yangon Circle Line, un vetusto tren que bordea la ciudad en tres horas y es suficiente con recorrer tres o cuatro de sus 38 estaciones. A bordo la gente transporta enormes sacos con comidas o ropas y los vendedores de todo tipo tratan de aprovechar el viaje, las tentaciones son muchas: manzanas, mangos, naranjas, sandías, huevos...

Deslumbrase con el oro de la Scwedagon Paya

El principal monumento de la ciudad, y de todo el país, es la pagoda, o zedi, Scwedagon, de 99 metros de altura y uno de los lugares más sagrados del budismo ya que allí se conservan 8 pelos del maestro. Está decorada con 27.000 kilos de pan de oro (pregunta al margen: ¿Por qué si Buda, Moisés, Cristo o Mahoma vivieron en la pobreza y predicaron la austeridad a sus seguidores, las iglesias que fundaron y sus centros de culto –pagodas, sinagogas, catedrales o mezquitas– se empeñan en forrarse de oro y piedras preciosas...?) y en la parte superior o hti, de la estupa hay incrustados (alguien se ha preocupado de contarlos) 5.448 diamantes, 2.317 rubíes, zafiros y otras gemas, además de 1.065 campanas doradas. Arriba del todo hay un diamante de 76 quilates (un quilate equivale a 0,2 gramos). Los visitantes, sin zapatos ni calcetines, como en todas las pagodas, se admiran de la devoción de los fieles que pasan horas ante cualquiera de los más de 1.000 budas que se cree que hay. Muchos leen el Tipitaka, la colección de los antiguos textos budistas escritos en el idioma pali, que constituyen el cuerpo doctrinal y fundacional del budismo theravada, aunque, signo de los nuevos tiempos, algunos lo hacen sobre su móvil o e-pad. Les ofrecen flores y chucherías, incluso hay vendedoras que ofrecen pájaros vivos como ofrendas para Buda, y las mujeres, sobre todo, se dedican durante interminables minutos a derramar cazos con agua, dar brillo y limpiar las estatuas. Cada una parece tener su Buda favorito. No son las únicas que se afanan en la limpieza, legiones de barrenderas en filas de a 15, cada diez metros, recorren sin parar la gran terraza para que siempre esté impoluta. La limpieza era una de las obsesiones de Siddharta Gautama.

La ciudad de las 5.000 pagodas

Unos dicen que son 2.000 otros que 4.000 y los más optimistas hablan de hasta 5.000 pequeñas –y no tan pequeñas– pagodas en Bagan, la mayoría de ladrillo y solo unas pocas doradas, casi todas de los siglos XII y XIII, muchas de ellas sufrieron daños en el terremoto de 2016 pero están siendo restauradas. En todo caso se trata del complejo religioso más grande del mundo que ya deslumbró a Marco Polo: “Brillan como mil fuegos” dijo de las pagodas y estupas de la llanura, que entonces sumaban más de 13.000 y “forman uno de los más bellos cuadros del mundo”, por ello la Unesco los acaba de incluir en su lista de Patrimonio de la Humanidad. Entre ellas, la mayor de todas, la Dhammayangyi Pahto, construida en el siglo XII por un rey que quería alcanzar méritos suficientes como para compensar que había matado a su padre, a su hermano y a su esposa. Por lo general, los interiores de los templos de Bagan no acogen riquezas ornamentales. Destacan los espacios pensados para estimular la meditación. En ocasiones, hay altares para los nats, los espíritus de la naturaleza, y rincones para orar ante los símbolos protectores del día de la semana en el que uno ha nacido. El conjunto es espectacular al caer el sol, ver atardecer en esta llanura cuajada de templos, que se elevan sobre una tierra roja y parecen escondidos entre la vegetación tropical, es asistir a un espectáculo prodigioso, uno de los atardeceres más bellos del mundo. Cuando el tiempo y la temperatura lo permite, el cielo se llena de globos aerostáticos que ofrecen un espectáculo sorprendente. Si se tiene tiempo no hay que perderse subir al monte Popa, un lugar sagrado para los birmanos, coronado por un monasterio al que se accede después de subir 777 peldaños, un esfuerzo que merece la pena.

Contemplar y comprar la esmerada artesanía del lacado

Myanmar es un auténtico paraíso para las compras, toda su artesanía es muy barata, además es muy original y variada. Las tentaciones van desde las piezas y joyas de plata, a los pañuelos de seda y también realizados con fibra de loto o de bambú, pero tal vez lo más original son las marionetas, todo un arte en Birmania, con las que se hacen espectáculos muy originales, y especialmente las piezas lacadas o yun, como aquí se llaman, cuyo origen se remonta al siglo XII y sobre todo se elaboran en Magan, donde hay todo un bario dedicado a este arte. Se hacen cuencos, jarrones, cajas, platos, bolsos... El proceso es largo y complicado. Se inicia creando el recipiente con bambú que se corta, suaviza y trabaja para dar la forma del objeto deseado que resulta muy fuerte –la prueba de fuego suele consistir en ponerse de pie sobre una cajita del tamaño de una taza y comprobar que no se rompe–, y con un brillo espléndido. Luego se dan un mínimo de siete capas de laca, siempre con la mano para apreciar si hay impurezas, y en la última se añade el color, casi siempre negro. El grabado se realiza con las manos, sin modelo, de memoria, utilizando un estilete y un pincel. Algunas piezas grandes requieren hasta seis meses de meticuloso trabajo. La laca es inalterable, y los objetos en laca pueden preservar toda su belleza durante años.

Anawrahta, coleccionista del reliquias de Buda

Un personaje singular en la historia de Birmania es el rey Anawrahta que, además de fundador de Bagan en 1044, fue también el artífice de los secretos que todavía hoy envuelven a la ciudad y por los que este lugar es tan popular entre los birmanos. Inspirado por las enseñanzas de Buda, hizo de su vida una cruzada para hacerse con alguna reliquia del maestro. Al final consiguió un diente y varios cabellos que, según la leyenda, colocó dentro de una cajita sagrada a lomos de su elefante blanco, al que dejó en libertad. El animal se paró en cuatro lugares distintos en los que el rey mandó construir cuatro estupas que todavía hoy guardan dichas reliquias. Estos templos son los más visitados por los birmanos en la actual Bagan, ya que creen que si se medita en todos ellos en un mismo día se cumplirá el deseo que persiguen. Entre ellos destaca Shwezigon, la segunda estupa más importante del país, después de Shwedagon, en Yangón. Shwezigon es el principal centro de peregrinación de Bagan y ha incrementado, más si cabe, ese aura de misterio del recinto que, ya por sí solo, guarda numerosos enigmas. La pagoda se encuentra en el centro de una gran plataforma, alrededor de la cual se han construido otros santuarios y pagodas. Después de tantos templos budistas, tras el oro y el blanco que las cubre, se agradece un paseo por el río Irawadi, mejor al atardecer, contemplando las plantaciones de mangos y bananos, las rústicas cabañas y las inevitables pagodas fundidas entre la vegetación.

Observar el retrato más vivo de Buda... cubierto de oro

La siguiente etapa del recorrido es Mandalay y, naturalmente, hay que empezar con una nueva pagoda, la de Mahamuni que al decir de las gentes de aquí, es la que representa la imagen más real de Buda, la más venerada y es uno de los lugares de peregrinación budista más importantes de Birmania. La imagen de Mahamuni está consagrada en una pequeña cámara coronada con un techo de estilo birmano Pyatthat de siete niveles. Como no podía ser de otra forma, también está cubierta de oro cuyo grosor aumenta día a día, ya que es una tradición que los hombres –las mujeres tienen vetado el acceso– adornen con pan de oro que se llama shwe cha cada rincón de la estatua. Se cree que ya tiene una capa de casi 20 centímetros lo que ha hecho distorsionar la imagen original. Cada día a las 4 de la mañana los monjes veteranos lavan la imagen en un ritual que dura bastante. Como contraste a tanto oro, vale la pena visitar el monasterio de Shwenandaw, que originalmente formaba parte del Palacio Real, todo él realizado con intrincadas tallas de madera de teca, representando criaturas míticas, animales, bailarines y flores. Algunos de los paneles mejor conservados se encuentran dentro del edificio, protegidos del clima y la luz solar. Entre ellos hay una serie de paneles tallados que representan escenas de los cuentos de Jataka sobre las vidas anteriores de Buda. Dentro de la sala principal en el centro del edificio está la imagen principal de Buda, con espíritus nat que la adoran. También aquí solo los hombres pueden rezar.

Recorrer el puente de los mil pilotes

Su imagen se ha hecho famosa porque se ha utilizado con frecuencia para publicidad, y también porque es una de las atracciones más interesantes de Myanmar. El puente U-Bein, situado en Amarapura, a pocos kilómetros de Mandalay, es la pasarela de madera de teca más larga del mundo, se curva suavemente a lo largo de 1.200 metros a través del poco profundo lago Taungthaman, creando uno de los sitios más fotografiados de Birmania. Sorprende que haya resistido más de 200 años sin que apenas haya habido que cambiar ninguno de sus soportes. El reflejo de más de 1.000 postes de madera que lo sostienen sobre el agua, especialmente si se recorre el lago con una pequeña barca de remos de las muchas que se alquilan en la orilla, es un espectáculo grandioso, sobre todo en la puesta de sol o al amanecer, cuando cientos de aldeanos y monjes lo cruzan de un lado a otro. En la orilla decenas de chiquillas se afanan en vender algo: bolsos, cajas lacadas, pañuelos, abanicos... No son muy insistentes y cuando uno las rechaza, se conforman con decir: luego, más tarde, otro día, si...?

Descubrir los pescadores que reman con un pie

El lago Inle es otro de los iconos de Myanmar. Es un enorme y sereno lago bordeado por pantanos, jardines y huertas flotantes, con aldeas de casas de madera como palafitos y los inevitables templos budistas que se elevan sobre el agua. Alrededor del lago hay un paisaje que bien podría recordar el de Asturias o Cantabria, con altas montañas cubiertas de vegetación. Todo es muy bucólico cuando se recorre en una barca, con motores fueraborda de cola larga que manejan hábilmente para evitar la vegetación flotante, pero sin duda la principal atracción del lago son sus pescadores de la etnia Intha, cuyo significado es “hijos del lago”, que, a bordo de unas también largas y estrechas canoas se impulsan con un pie enroscado en un remo, con una técnica única, mientras con las manos manejan una red en forma de embudo. Mientras se recorre el lago, a veces por intrincados canales en los que parece que la barca va a enredarse con las plantas de nenúfares, lotos o jacintos, se observan casas, restaurantes, telares de seda, tiendas, monasterios y escuelas que están aposentadas sobre palafitos de bambú casi podrido. En uno de los recodos, mientras niños y adultos se bañan en las marrones aguas, se descubre Indein, un conjunto de pagodas de ladrillo, muchas de ellas abandonadas, que, curiosamente, todas las gentes del pueblo se esmeran en arreglar, arrancando las plantas que las cubren o restaurando sus muretes.

Disfrutar una gastronomía original y divertida

La comida de Myanmar tiene una identidad especial. Aunque sus países vecinos influyen en la cocina, la comida no se parece directamente a la tailandesa, india o china. Una comida típica de Myanmar se organiza alrededor del arroz con platos de pescado o carne que se cocinan con cebolla y salsa de ajo. La sopa puede ser clara, cremosa o agria y se sorbe durante la comida para limpiar el paladar. Las ensaladas son una guarnición popular y algunas, como la ensalada de hojas de té en escabeche llamada lahpet, se comen como bocadillos. Mo Hin khar, un caldo de pescado espeso con finos fideos de arroz, es posiblemente el plato nacional más famoso de Myanmar y generalmente se come en el desayuno. En un puesto callejero cuesta unos 25 céntimos de euro. Otra opción deliciosa es el popular Ohno Kaukswe, una sopa de pollo a base de coco con fideos.

Texto: Enrique Sancho

Fotos: Carmen Cespedosa y varios autores

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