La importancia de los biorritmos

Nuestros ancestros se dieron cuenta de que existían en la naturaleza ciertos patrones que se repetían cíclicamente de forma más o menos estable en el tiempo, así, por ejemplo, los seres primitivos ya observaban que las plantas y los animales tenían diferentes patrones según la época del año y según el momento del día.

De esta manera, la floración de ciertas plantas, la caída de las hojas de ciertos árboles, los rituales para aparearse de muchas especies o el momento en que se "escondían" algunos animales durante el invierno, eran signos que se repetían una y otra vez en un ciclo infinito que, aunque ya los observaban, faltarían muchos años para que los entendiesen.

Fue un monje francés, Jean-Jacques D´Ortous De Mairan, el que realizó el primer experimento sobre cronobiología en 1729 para concluir que debía existir una especie de "reloj interno" que produjese cambios biológicos en función de los cambios ambientales como la luz, temperatura y demás condiciones. Este monje anotó sus resultados, pero fue un amigo suyo el que redactó el experimento para que fuese publicado en 1729 en Histoire de l´academie royale des sciences, una revista de botánica parisina.

Este experimento fue reproducido en parte en 1832 por De Candolle, un botánico genovés. De Candolle verificó que, efectivamente, se cumplían los postulados de De Mairan y se dio cuenta además de que esa especie de reloj interno no duraba 24 horas sino entre 22 y 23, además, observó que también era posible invertir ese reloj en unos pocos días, privando a las plantas de luz por el día y aplicándoles luz durante la noche. Durante más de 100 años se pensaría que este efecto era solamente aplicable al reino animal.

En 1960 se celebró en Estados Unidos el primer congreso sobre ritmos biológicos que sentaría las bases de la rama de la biología llamada cronobiología, que será después tan importante que, en 2017, una investigación sobre los ritmos biológicos desarrollada por Hall, Rosbash y Young fue galardonada con el premio nobel en medicina.

Entonces, ¿existe ese reloj interno? y en caso afirmativo, ¿dónde se encontraría en humanos? la respuesta a la primera pregunta es afirmativa, ese reloj existe y se llama núcleo supraquiasmático y se encuentra en la estructura cerebral llamada hipotálamo. Este núcleo, es responsable de mantener y regular los ritmos de sueño y vigilia, los niveles de hormonas en sangre o la sensibilidad al dolor, entre otras funciones.

Respecto del control hormonal, este reloj hace que a primeras horas de la mañana (sobre las 05:30 horas de la mañana aproximadamente) el páncreas libere insulina y eso conlleve a una pequeña hipoglucemia que provocaría un despertar natural (sin despertador) para movilizar al organismo a buscar alimentos para ingerir.

Paralelamente, para movilizar al organismo al fin mencionado, se produce un aumento de la adrenalina, noradrenalina y dopamina (neurotransmisores activadores) y una serie de nootrópicos naturales que permiten mantener el estado de alarma en umbrales bajos y mantener el foco cognitivo. Este hecho podría parecer que no tiene demasiado sentido en un mundo en el que, actualmente gran parte de la población, solamente necesita abrir el frigorífico a primera hora de la mañana para poder reponer sus niveles de glucosa.

La sociedad ha avanzado muchísimo en este sentido en los últimos años (a partir de la revolución industrial), pero esto no era así para el ser humano en sus albores, con el cual compartimos la práctica totalidad de la información genética, y, por tanto, las mismas necesidades y cualidades.

Nuestros ancestros, despertaban con los primeros rayos de sol de forma natural, debido a los mecanismos que se mencionaban arriba, y debían estar activos para ponerse a buscar comida a lo largo del día y conseguir así el aporte nutritivo que se requiere para mantener las funciones corporales, la homeostasis que los mantenía con vida. Además, la liberación de los nootrópicos, que se mencionaba en el párrafo anterior, iba a ser de gran ayuda a los primeros humanos porque vivían en un mundo hostil donde la búsqueda de alimentos se antojaba peligrosa y debían estar con los cinco sentidos y enfocados.

Nuestra genética sigue siendo similar a la de los seres primigenios y, por tanto, nuestro cuerpo sigue realizando los mismos procesos metabólicos y neuroendocrinos, entonces, podemos deducir de todo lo expuesto anteriormente que, a diferencia de otros seres vivos, nosotros si estamos "programados" para movernos y no para llevar la vida sedentaria que desgraciadamente estamos llevando. ¡Sé fiel a tu genética!

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