Desde mi respetuoso y convencido agnosticismo, reconozco que he aprendido mucho escuchando atentamente, en la misa, las lecturas y evangelios u homilias. Donde se ponga una buena homilia, que se quite todo discurso retórico.
Recuerdo las homilias del Padre Rodriguez, el Padre Jijona, Jesús Madrid, Ángel de Novelé o mi apreciado, Antonio González Soto. Aprendí mucho de ellas.
Ayer, escuché un precioso texto sagrado sobre el martirio y muerte de los 7 hermanos macabeos que no renunciaron a su fe, animados por su madre.
La belleza de las palabras, el mensaje que, a veces, no es tan lejano, en el siglo XXI, cuando se asesinan o torturan inocentes con la excusa de Dios.
"El martirio de los Macabeos"
Antíoco Epifanes, monarca de Siria, conquista Jerusalén y se propone acabar con la religión judaica, obligando a los judíos a ofrecer sacrificios a los dioses falsos. Muchos judíos se niegan a obedecer las órdenes del rey y mueren heroicamente en medio de grandes sufrimientos.
En Jersualén vive una familia compuesta por una madre y siete hijos. Todos ellos profesan una gran amor a Dios y sólo conocen el temor de ofenderle.
Un día son llevados ante el rey. Antíoco les ordena que ofrezcan sacrificios a los ídolos y que abandonen su religión, bajo la siguiente amenaza: O hacéis lo que os pido o moriréis en el tormento. La contestación de los jóvenes es la siguiente: Preferimos morir antes que desobedecer a Dios. Esto es mucho más importante para nosotros. Estamos dispuestos a dar la vida.
El rey -enfurecido con esta respuesta- ordena a sus verdugos: Coged al mayor de los hermanos; cortadle la lengua, los brazos y arrancadle la piel de la cabeza; después arrojadle a una caldera de aceite hirviendo.
También el segundo de los jóvenes muere entre horribles tormentos. Un poco antes de expiar, mira al tirano y le dice: ¡Príncipe malvado!, tú nos quitas la vida presente, pero el Señor de los cielos y la tierr nos resucitará y nos dará la vida eterna, porque morimos en defensa de su ley.
De igual modo mueren los restantes hermanos. Sólo queda el más pequeño. Antíoco desea convencerle y cambia de táctica: Si abandonas la religión de tus padres -le dice- serás uno de mis amigos, te dar´r grandes cargos en el país y te colmaré de riquezas.
El niño mira al rey y le dice: ¿Qué esperas? Yo no obedeceré tus órdenes y moriré como mis hermanos. Antíoco se dirige ahora a la madre para que anime a su hijo a adorar a los ídolos. La mujer abrazando a su hijo le alienta a permanecer fiel a Dios: ¡Hijo mío, muy querido!, pídele a Dios fortaleza, y ten el mismo valor que tus hermanos; recibe la muerte con alegría, a fin de que por la misericordia del Señor, te vuelva a ver en la gloria que esperamos en el Cielo.
De nuevo el niño habla al rey: Estoy dispuesto a morir y no tengo miedo a ti castigo. Yo sólo obedezco los mandamientos de Dios...
Publicado por Juan José Cánovas el 11 de diciembre de 2015