Debido a un penoso malentendido, más o menos desgraciado, hace unos años, una editorial madrileña publicó mi libro Solución: no pensar, que habría de traerme tantas y tantas calamidades…
Me recomendaron, que lo enviara a algún medio de comunicación para que me hicieran, si así lo creían oportuno, una reseña, y entre otros opté por una revista que me pareció atractiva y cuya dirección figuraba en la biblioteca; la dirección y la publicación, ¡claro!
Llamé a la revista a finales de febrero —el libro había salido al mercado unas semanas atrás— y pregunté a la voz que cogió el teléfono si podía enviarle mi libro y si era así, a la atención de quién.
La señorita —era una señorita, no me extraña que licenciada en alguna carrera rara— me dijo que sí lo podía mandar y que lo hiciera a la atención del director.
A las dos semanas, vuelvo a llamar y pido que me pasen con el director.
Me pasan con la secretaria.
Le pregunto si han recibido el libro o si ha habido algún previsible problema con Correos y me tranquiliza diciéndome que ya tienen el libro.
El único problema es que el director no ha podido, por falta de tiempo, echarle un vistazo. Le digo si lo puede leer otra persona, pero me dice que no.
Volví a llamar al mes siguiente y al mes y medio. Mismas preguntas, mismas respuestas: falta de tiempo, tiene que ser el director el que lea el libro. Di el libro y la reseña por perdidas, cuando a los cuatro meses recibo una carta de la revista. El mismísimo director me escribía para decirme que había leído mi libro con agrado y que lo pasaba a redacción.
En principio, pensé: me hacen la reseña seguro, si me dicen que lo envíe al director y este dice que lo ha leído con placer y que lo pasa a redacción, ordenará, ya que es el que manda, que me hagan la dichosa reseña.
Pero una duda acudió a mi mente: ¿y si lo pasaba a la redacción para que allí decidieran la suerte de la reseña?
Llamé a la revista y le expliqué el asunto a la secretaria de redacción, quien me dijo que había un comité de lectura en la redacción que decidía la aparición de las reseñas, y que era imposible que se la hicieran a mi libro, porque las reseñas solo se hacían a las novedades y ya habían pasado cuatro meses desde la aparición de mi volumen.
Me dieron ganas de mandarla a la porra, pero solo contesté con un despistado «comprendo».
Y yo me pregunto, mis incompetentes amigos de aquella gilipollesca revista, ¿para qué diablos me dijisteis que mandara el libro a un tipo que tarda cuatro meses en pasarlo a la redacción y cuya opinión importa un pimiento y luego, cuando pasa a la redacción me niegan la reseña, no por mi asumida falta de calidad del libro, sino porque ya ha pasado mucho tiempo desde su publicación? ¡Retardados! El tiempo que tardó el fatídico director en pasar a la redacción el libro.
Alberto Martínez Romero